Los recientes sucesos en el país hicieron que me diera cuenta de que la palabra "chingar" no sólo está en nuestro lenguaje. Va más allá. Está en nuestro ADN.
En este país en el que me tocó vivir reina la filosofía de "chinga o te chingan".
Aquí, si no pagas impuestos, sientes que estás chingando al gobierno –aunque en realidad, los chingados somos todos– y cuando los pagas sientes que no sirve de nada porque el pavimento, el transporte y los servicios están de la chingada.
Aquí, todos los políticos prometen y cuando llegan al poder, se chingan dinero, se chingan contratos para sus propias empresas y nos chingan a todos.
Aquí, los narcos se chingan a los civiles, los ladrones te chingan el teléfono mientras vas en la calle, los líderes sindicales se chingan a sus empleados y hasta el jerarca de una congregación religiosa se chingaba a sus alumnos.
Aquí, si recibimos dinero de más, no decimos nada. "Que se chingue por güey". Y si alguien se encuentra una cartera, se la queda, porque si la entrega al policía, se la chinga.
Aquí, los jefes chingan a sus empleados con sueldos injustos, cada mes nos chingan con los gasolinazos y hasta el deporte más visto juega de la chingada.
Aquí las autoridades se chingaron a 43 estudiantes, el presidente se chingó una casa multimillonaria, los políticos nos chingaron con las reformas nuevas y no hacemos nada porque nos gusta que nos chinguen.
¿Estados Unidos Mexicanos? ¡Qué va! Este país debería llamarse "Estados Unidos de la Chingada".
Esto cambiaría solamente si dejáramos de chingarnos entre nosotros y en una sola voz les dijéramos a las malas autoridades: ¡Deja de chingarnos o te mandamos a la chingada! Pero lo veo muy difícil porque chingar es parte de nuestro ADN.
¿Chingar o que me chinguen? He ahí el dilema.