7/4/12

Del catolicismo a la libertad


Toda mi infancia y juventud las viví en Guanajuato, la zona con más católicos y conservadora del país. En mi cabeza no existían cuestionamientos religiosos. Parte de mi formación académica la pasé en un colegio marista, de la orden de Marcelino Champagnat; tenía 15 años cuando comencé a interesarme en la vida religiosa. Creo que era el carisma de los hermanos maristas lo que me gustaba. 

Mi interés creció en las primeras misiones a las que asistí, las cuales consistían en ir a una comunidad alejada y permanecer una semana conviviendo con la gente; viviendo la semana santa con recogimiento; dando pláticas a niños, jóvenes y adultos. Fui cinco ediciones seguidas; aún cuando ya no estaba en el colegio y vivía ya en el Distrito Federal asistí dos años más. En mi vida llena de comodidades, jamás habría vivido lo que experimenté en misiones: ayudé a la gente de la comunidad a cosechar fresas y tomates; ordeñé vacas y chivas y hasta aprendí a "echar" tortillas.

En el último año de preparatoria, el titular del grupo preguntó si alguien estaba interesado en ser hermano marista; yo alcé la mano. Desde ese día, todos los jueves iba un hermano -que no conocía- y me sacaba de clases para platicar. Ahora sé que lo que querían era convencerme. 

Cuando les conté a mis papás sobre mi interés religioso, papá me dio un consejo: "Primero estudia una carrera y, si sigues con la inquietud cuando la termines, pues adelante". Y así fue: presenté examen de admisión en la UNAM y, de 5 mil que presentamos en ese periodo para mi carrera, quedamos 97.

Después de mi ingreso a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, fui otro. No quiero sonar arrogante, pero mi visión se amplió. Fueron varios libros los que me cambiaron, el más importante de ellos, Tratado teológico-político, escrito en 1670 -y escondido durante muchos siglos por la iglesia- de Baruch Spinoza. Con esta lectura, me enteré del origen de la confesión, del papado, del por qué de los mandamientos "dictados" por Dios y un montón de cosas que tiran muchos libros bíblicos.

Otro de los factores fue mi última experiencia en misiones, en 2006. Fui como coordinador de 11 adolescentes; la experiencia y aprendizaje fueron grandes; pero lo que me contó la gente del pueblo, fue triste: que el sacerdote, por vivir alejado del pueblo, oficiaba misa cada que podía -o quería-; que no respetaba los horarios ni los días; que era muy insistente con el diezmo; que oficiaba misas privadas. Y la gente me dijo: "pues... así las cosas. No hay de otra. Nos tenemos que aguantar". Sé que por una persona no se debe juzgar a las personas; pero poco a poco comencé a observar y ser más crítico de la cultura católica.

ODIO que el catolicismo te haga sentir todo el tiempo culpable y que debas arrepentirte casi de todo. No creo en Jesús como hijo de Dios; pero lo reconozco como un gran filósofo. Además, él, quien siempre fomentó la igualdad entre todos, un comunista, es la bandera de una iglesia que se pudre en dinero, con paredes y objetos de oro, enriquecimiento que lo generan los feligreses -la mayoría pobres- que no viven con las mismas comodidades.

DUELE ver cómo lucran con la fe. Cómo cobran las misas "especiales". Es como si para llegar al cielo, tuvieras que pagar. Exacto. Como pagar el cover para entrar al cielo. Tal cual un antro de moda.

DETESTO esa visión de "sufrir en esta vida para gozar en la otra". Me parece que sólo fomentan la mediocridad.

CREO que en nuestra sociedad abunda la doble moral, y mucho se debe a nuestra cultura religiosa.

ABORREZCO que la religión sea por tradición e imposición. En las escuelas deberían enseñarnos todas las doctrinas religiosas y ya, cuando tengamos criterio, elegir la que más nos convence.

Por ser el menor, tengo más "libertad" de rebeldía; sin embargo, mis padres sufren ahora con mi visión del mundo. Mientras mis padres están en contra del aborto, del matrimonio en parejas del mismo sexo o la eutanasia, yo estoy a favor.


¿En qué creo ahora?


¿Creo en Dios? Sí, pero no como el Todopoderoso. Para empezar, si tuviera género, sería mujer. Porque por excelencia son seres protectores.

¿Tiene nombre esa Diosa? Sí, se llama energía. De esa que nos mueve y da vida. Por eso mismo, nosotros somos parte de. Todos somos unos. El objetivo es encontrar la armonía entre toda esa energía.

¿Existe el más allá? Decía Jorge Luis Borges que "los actos del hombre no son tan malos como para merecer el infierno ni tan buenos como para merecer el cielo". Más bien creo que la energía no se crea ni se destruye; sólo se transforma. ¿Algo como la reencarnación? Sí. ¿Acaso no se han dado cuenta que cuando alguien muere, nace alguien más en esa misma familia?

Ya no creo en el arrepentimiento sino en el aprendizaje. La vida no se trata de cometer algo y arrepentirse después. Se trata de hacer algo y, si fue erróneo, aprender la lección, no volver a repetirlo y seguir con la vida. Disfrutándola. La vida, además, se trata de ir haciendo el bien con quienes te rodean. Aquí está el verdadero cielo.