No creo en lo sobrenatural, pero tampoco no creo.
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Eran las 5:10 de la mañana. Nunca voy al baño a esa hora; pero ese 21 de septiembre de 1999 fue la excepción. Me levanté y caminé al baño. Recuerdo que sentí como si caminara entre pasillos interminables. Abrí la puerta del baño y encontré a Sara, mi hermana, parada inmóvil, como despierta, pero dormida. Me sobresalté. Ella reaccionó y también se asustó. Le pregunté que qué hacía ahí, pero no supo responderme. Salió del bañó y regresó a la cama.
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Eran las 15:10 de ese mismo día. Como de costumbre, llegué de la secundaria, prendí la televisión para ver Hechos con Rosa María de Castro mientras la comida estaba lista. Sara y mi mamá estaban en la cocina murmurando entre ellas. "Cosas de mujeres", pensé. De pronto, la puerta de la entrada comenzó a azotarse como si alguien tratara de entrar. Fui a la cocina y sin pensar mis palabras, les dije: "¿Ya escucharon? Seguro es un muerto que quiere entrar". En ese momento, mi hermana estalló en llanto y sin tener que decírmelo, lo entendí: Charlie, mi mejor amigo, había sido derrotado por el cáncer.
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Aún recuerdo el día del entierro: el sol picándome la nuca, mi hermana llorando abrazada de mi papá, amigos del taekwondo formados ante el ataúd despidiéndolo con un saludo marcial, la gente aplaudiendo mientras la caja bajaba a la fosa... Antes de salir del panteón, el papá de Charlie me tomó del brazo, me dijo lo mucho que su hijo me quería y me agradeció por la fotografía que le regalé a Charlie unas horas antes de morir en donde salían ambos. El señor me abrazó y rompimos en llanto.
Ya habían pasado varios días desde su muerte. Mi hermana y yo hablábamos de Charlie, de lo mucho que sufrió con las quimioterapias y recuerdos de la infancia. De pronto, sin razón alguna, la luz se fue. El susto creció cuando mi cuarto comenzó a llenarse de la loción de Charlie sin razón alguna. Corrimos gritando al cuarto de la televisión a contarle a mamá, fue al cuarto y dijo que no olía nada. Años más tarde, nos confesó que teníamos razón. Esa no fue la única vez que su aroma invadió nuestra casa.
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No creo en lo sobrenatural, pero tampoco no creo. Años más tarde mientras mis papás estaban con los papás de Charlie, entre la plática y los recuerdos, salió a la luz la hora en que murió Charlie: 5:10 del 21 de septiembre. En ese momento comprendí que no existe la casualidad. No fue casualidad que me levantara al baño. No fue casualidad que mi hermana estuviera en el baño a la misma hora. No fue casualidad que nos encontráramos. Charlie quiso vernos juntos antes de regresar al todo. A la nada.